Por María Teresa Aedo.
Como se sabe, nadie llega a la poesía porque vea en ella un objeto de estudio; es la poesía la que llega a una y resuena alguna vez con vibraciones que tocan nuestra conciencia encarnada. Desde hace un tiempo la poesía escrita por mujeres me ha vuelto a rondar, me sale al paso cada vez con más frecuencia después de tantos años de pausa. Y este libro de poemas de Marta Morales me buscó así, en una de esas vueltas entreveradas de amor y dolor como todos los decursos de la vida, pero a modo de lanzadera que tramaba hebras de sentido hacia décadas anteriores en mí/nuestras vidas. Cuando esas confluencias aparecen, son insoslayables. Y no se vacila, no se amedrenta una: solo recibe y enlaza a ese abrazo que arrastra a una espiral de lo que hemos sido y de lo que nos ha hecho ser. Es lectura de poesía, que reaparece como re-lectura de un relato que nos constituye y re-lectura de cómo hemos leído la poesía. ¿Por qué poesía? ¿Y cómo releerla? ¿Cómo salir al encuentro de esta poesía escrita por mujeres y sobre mujeres, que no busca ser consagrada, sino que se presenta simplemente como voz? Poesía que se escribe siempre en una encrucijada no-coincidente entre experiencia y palabra, poesía que emerge siempre en la fisura insuturable que despega vida y verbalización, cuerpo y lenguaje, materia y arte. Y no otra es, en efecto, la posibilidad misma de la poesía. Escritura llamada a desestabilizar el mundo y que pone en jaque los hábitos de la interpretación, definitivamente. Legible en la misma medida que deconstruya categorías dadas; con sentido en la medida que desafíe cualquier legibilidad establecida. Y conectará con las subjetividades que merodean en los mismos círculos del viaje poético. Pues he aquí Electra, de Marta Morales. Que recogiendo su voz desde 1989 poetizará todos los interdictos. Aquellos que se han autonombrado fundadores de “nuestra” tradición.
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Releer una vez más Hay que leer de nuevo las historias, porque no son solo cuatro y no han sido consideradas todas las lecturas.
Una conexión intertextual clave cita en un primer epígrafe un poema de Magaly Alabau: “los barcos traen hazañas y cada una de ellas se transforma en presagio” (Electra, Clitemnestra). La poesía de Alabau tiene un sentido intensamente erótico y transgresor de los mitos clásicos. En lugar de desear y vengar a su padre, la Electra de Alabau mata a su madre por sentirse profundamente rechazada por ella, Electra no actúa en defensa de la familia patriarcal, sino impulsada por el deseo erótico hacia Clitemnestra y de acuerdo a otra concepción – distanciada de la “clásica” de Bataille - de la relación sexualidad- violencia. Se trata de una reescritura del mito desde una sensibilidad lésbica que subvierte el orden patriarcal y heterosexista. Esta lectura de Alabau, según Elena M. Martínez, pretende transformar la tradición fundada de los relatos mitológicos protagonizados por mujeres y
es parte de una estrategia muy frecuente entre escritoras latinoamericanas de las décadas del setenta y del ochenta de re-escribir la tradición que ha sido silenciada y ocultada y que ha perpetuado los mitos en torno a la mujer como un ser pasivo. Aquí, las mujeres que en los mitos clásicos se representaban como defensoras de la familia patriarcal, aparecen actuando por su propio bienestar y deseo. Las acciones de las mujeres no están prescritas por la tradición, al contrario, rompen con los cánones de conducta establecidos para las mujeres. (Martínez 1999, p. 395-396)
Como hemos apuntado, la reescritura de Morales rompe también con los interdictos y tampoco se trata ya de vengar a Agamenón. En su Electra no solamente recupera la sexualidad-violencia como componente de la relación madre-hija/o – “Orestes ha llegado/ su mano ha desatado las fronteras,/ con astucia y calma penetra/ ahora la garganta de su madre” -, sino que atraviesa igualmente la relación entre los hermanos. El seno que Clitemnestra deja ver es indicio de su maternidad. El amor incestuoso de Electra por Orestes se vuelve ambiguo, además, porque esta relación fraterna duplica de modo invertido la relación materna, Orestes siempre niño es sentido más bien como un hijo por Electra. Por lo mismo, aquí ella se regocija con la muerte de Clitemnestra sobre todo porque elimina la posibilidad de realización del amor de la madre con el hijo retornado. ¿Quién es esta madre-hija que rechaza y desea al mismo tiempo al hijo-hermano? ¿Qué presagios arrastran las hazañas de los héroes?.
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Anacronismo e inmersioón en el campo del universo humano para buscar en el origen y en el espacio remoto las claves de nuestro dolor y sueño. Lo que encontramos desde este momento del final en adelante es la sombra negada de un deseo de/desde los cuerpos de mujer que deambulan por nuestra historia y por las representaciones nacionales. De una manera aparentemente casual, encontré hace unos años relatos de nuestra historia literaria que no se difundieron y que ya nadie lee; y desde entonces me he dado apasionadamente a la tarea de recuperarlos y re-leerlos, pues al ponerlos en perspectiva desde nuestro presente queda de manifiesto por qué quedaron ocultados: hablan de cómo se pusieron las primeras piedras de una nación elitista fundada en la exclusión de la mayoría. Así por ejemplo, la novela El pirata del Huayas (1855) de Manuel Bilbao, no reconocida como relato inaugural de la tradición literaria nacional, aunque es casi diez años anterior a la mitificadamente fundacional Martín Rivas (1862) de Blest Gana. Y es que las novelas de Bilbao son agudamente críticas de la reducción que implica el modelo de ciudadanía liberal, trae incluso a narración la trágica relación incestuosa entre hermanos que han sido separados por los manejos de poder del padre, quien consolida su posición por la violencia ejercida sobre los cuerpos de las mujeres y sus hijos e hijas “bastardas”. Los deseos elididos, la relegación a las periferias oscuras de los personajes femeninos o su reducción a “visión descarnada” y sin sentido (Bilbao 1871, p. 577), constituyen un discurso novelesco rechazado como relato de origen nacional, por estar erosionado internamente por deseos – deseo sexual, deseo incestuoso, deseo de poder, de amor - que no puede controlar ni nombrar, en particular, deseo femenino y deseo materno. Ilegibles para el poder e inapropiables para la normalización, serán una especie de “bajo fondo” de las sociedades latinoamericanas, que a lo largo del siglo XIX y avanzado el siglo XX, mantendrá irresuelta su oscura amenaza y atracción para el poder centralizado y verticalista del estado-nación. Será en relecturas de la tradición, como las desplegadas por innumerables escritoras latinoamericanas de los 80’ y 90’ las que proyectarán las imágenes omitidas de nuestras madres-hijas-hermanas-amantes, que no terminarán de asomar en palabras propias hasta que las poetas, como Marta Morales en Concepción, Chile, reconozcan los contornos de su cuerpo, recorran la vibrante sensibilidad de su piel y hagan audible esa voz de ignorado y traicionado deseo.
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