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AmukanEditorial

Imaginación poética del Archipiélago Juan Fernández

Por Damsi Figueroa

La imaginación poética viva en el archipiélago Juan Fernández es cultivada por sus habitantes como forma de comunicar las experiencias más íntimas del ser isleño, por una parte, y por otra, como resguardo de la memoria histórica. Así lo expresan principalmente las canciones compuestas por los cantautores del pasado, que dejaron en sus letras testimonio de hechos tales como el hundimiento del Dresden o la rebelión contra el patronaje durante los años cuarenta.

El aislamiento persistente ha otorgado a los gentiles la posibilidad de conservar el arte verbal intacto en sus funciones fundamentales. La poesía sirve antes que todo para enamorar, nos han dicho los poetas anónimos que deambulan al atardecer por la orilla del mar. Aunque el amor más grande que aquí se vivencia es, sin duda, el amor a la naturaleza. No es inusual que alguien te detenga en la vereda para que no pises una araña incauta, y de paso describa la urgencia con que hay que proteger a estos animalitos de apariencia insignificante. El primer poema que leí en la isla estaba dedicado al canturreo del picaflor rojo: avecita etérea que se dibuja tanto en los versos de Ariadne Chamorro como en los de Isaira Condell y en los primeros poemas de Héctor Carrasco.

Un día, que subíamos con Noelia la interminable escalera del cerro la Cruz, nos encontramos con una amable señora con la que entablamos conversa. La señora Lala (Isaira Condell), así reconocida por sus coterráneos, subía a paso raudo junto a Ninfa, su perrita compañera. Nada más le contamos que andábamos en busca de poetas nos confesó su afición de versificadora crítica y mordaz. Ahí mismo nos recitó una fábula que representaba la forma en que las instituciones del estado han intervenido la isla, cultivando pinos y eucapitus en un tiempo, restringiendo el cultivo de hortalizas actualmente como forma de prevenir “plagas”; “experimentan con nosotros”, “esta isla es un laboratorio vivo” se oye decir por ahí, en concordancia con los versos críticos de la señora Lala, que escribió desde pequeña, y que muy pronto nos revelaría el hallazgo de una carpeta con poemas que pudo rescatar de lo que dejó el tsunami, “hagan lo que quieran con ellos”, nos dijo. No podemos hacer menos que publicarlos, le respondimos. También, buscamos, pero sin hallar, a Reynaldo Rojas, a la hija de Blanca Luz Brum, María Eugenia Beche, y sabemos que aún hay muchos nombres más que faltan en este libro.

La característica de islas volcánicas, moldeadas a golpe de aire, agua y fuego, impone al imaginario poético de quien viva en ellas la sensación de asistir al milagro desnudo de la naturaleza, donde todo comienza y todo termina, algo así como atestiguar el origen y el fin de la vida de la tierra. La emergencia de formas de vida única, el peligro de su extinción y la amenaza de la desertificación de sus montes y laderas, hace de este paisaje, el paisaje interior del corazón mismo de la tierra. Este es el paisaje donde la imaginación humana busca crear cosmologías basadas en diversidad de plantas y animales: Sefhania y Sefhan de Brenda González y el Mito de creación de la isla, obra de teatro infantil. Este imaginario cósmico, cosmogónico, de origen y agonía a un tiempo, es un tópico que se comienza a explorar con fuerza y que sin duda dará nuevos frutos, insospechados, influidos por la emergencia ecológica global y por la característica de territorio protegido que tiene el archipiélago.

Su historia marcada por la navegación de descubridores, piratas y corsarios, naves de guerra, aventureros que se asentaron en la isla, dejando leyendas traídas desde el viejo continente, como aquellas que encuentran raíces en la España colonial: el perro sin cabeza o el español; amalgama de fantasías de tesoros escondidos que lejos de ser leyenda en el imaginario vivo de la isla, se alimentan cada día con la presencia de personajes que buscan y nunca encuentran, pero que siguen buscando amparados por una singular tolerancia cultural en torno a estos temas, que acerca la isla a un escenario real maravilloso, atemporal y fértil, tanto para vivir y trabajar en estas aventuras de búsqueda como para escribir libremente sobre ellas.

El trabajo de la pesca y la caza de la langosta en Más a Tierra, con sus rutinas y sus temporadas, la vida y la muerte enrostradas a cada momento, la aventura naviera de irse a Santa Clara, a Más Afuera o a las islas del norte -San Félix y San Ambrosio-: estas travesías que impregnan el recuerdo del dolor, la desolación, y a la vez el enaltecimiento del ser que se arriesga y se levanta orgulloso, pleno, renovado, por sobre la adversidad más imponente; estas experiencias motivadas sobre todo por el amor, traen consigo la dualidad de paraíso e infierno, que señala Yasna Flores Correa, al describir el imaginario poético del territorio de Juan Fernández: “El territorio de Juan Fernández mantiene una dualidad simbólica entre el lugar de la alegría, exaltación y angustia o zozobra. Es a la vez paraíso e infierno, espacio que contiene el bosque, la niebla, el mar, el tesoro, la tragedia, el desconsuelo, la tribulación y el ahogo. Cerros que sobresalen del mar, que históricamente han sido recreados, repensados, que han albergado a corsarios, piratas, condenados, y colonos. Lugar del renacer, del comenzar y del yacer, por el barranco o entre las aguas, que guardan, traen y traspasan, la memoria albergada en fantasmales ruinas marinas y esperanzadoras y verdes tonalidades”. Dentro de este margen de dualidades se encuentran también imaginarios atravesados por el delirio del desconsuelo ante los límites de la propia mente humana enfrentada a los misterios de la naturaleza: podemos leer esto en los cuentos de ficción de Michelle Blanchard y de Gregory Paredes.

Por último, el evento doloroso del tsunami, deja en los habitantes de la isla la necesidad imperiosa de expresar el desconsuelo, de sanarse a través de la escritura, como es el caso de Carla Green y Robinson Green, o de invertir las cenizas del destino, como en el cuento de ciencia ficción de Simón Angulo El portal, en donde la ciencia extraterrestre puede crear puertas interespaciales que salvan a la comunidad isleña del desastre.

Es importante entender que muchos de los relatos vivos en torno a estos tópicos, que signan el imaginario poético del archipiélago, fueron escritos por autores que forman parte de este libro. Muchas de sus escrituras fueron arrebatadas por el mar: poemas, cuentos, fotografías, dibujos, cartas... las obras de arte como las esculturas en piedra y madera, por su peso fueron lanzadas a las laderas de los cerros, desde donde van creando sincrónicamente el nuevo paisaje simbólico de la isla.

Los papeles, sin embargo, son tan frágiles en medio de la tempestad. No así la memoria que encuentra el lenguajear artesano del día a día, de la palabra necesaria, del saludo y la proximidad cómplice de ser defensores de la tierra y el mar; como lo están siendo muchas comunidades a lo largo de Chile. Cada una con estrategias acordes a la realidad histórica de cada territorio, y todas con un saber común: el tesoro está en la naturaleza, nada más. Es esa conciencia ecológica que nos incluye como especies con una responsabilidad mayor, y en la compleja realidad medioambiental de Juan Fernández, con el derecho a continuar con su autonomía en la pesca y la caza de la langosta, sostenida con experiencia de años de comunión entre las familias y la mar; con derecho a reexigir reparaciones concretas: decisiones de la comunidad en el plano regulador y la construcción de edificios institucionales en armonía con el entorno natural y cultural; recuperación de los suelos y erradicación del pino, reemplazándolo por especies nativas y endémicas; la creación y mantención de espacios para practicar la agricultura y la crianza de aves y otros animales para el autoconsumo; aprovechamiento de plantas medicinales... y en entre todas estas cosas por producir, también está el aspecto material de la poesía, hay que trabajar de manera urgente en la edición y publicación de los autores de la isla que no acceden a los elementos técnicos para elaborar sus propios libros, sin acceso a redes, ni asesoría especializada. Esta carencia de medios de producción no se justifica con la tecnología actual. La falta de servicios de producción si bien perjudica la mantención de las obras escritas en el tiempo, de alguna manera singular forma parte importante del modo de ser artista, del carácter del artista insular, imprimiendo en ellos una libertad de expresión única que atraviesa la hablada y llega a la materialidad de una cueva esculpida con joyas del espíritu; artistas como seres excepcionales, canta el poema Leyenda de Guido Balbontín. Dentro de toda esta capacidad visionaria de soñar que la carpintería de ribera no se puede terminar, que la biodiversidad se puede recuperar y salvar de la extinción al rayadito de Más Afuera, que en un lugar como este se puede salvar para siempre el oficio de artista, de poeta libre y soberano de sus cantos; dentro de todo esto están los propios escritores y escritoras, los más niños y los mayores dialogando, aprendiendo juntos, aportando desde su fuerza creadora al buen vivir de toda su comunidad isleña.

Este libro es un ojo de pez.


(prólogo del libro "Visiones creativas desde la escuela Robinson Crusoe", editado y publicado por Amukan Editorial)


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